Maestros por todo el país se esfuerzan para poner al corriente a los alumnos rezagados, intentando evitar consecuencias en su vida académica y profesional que pueden ser peores para alumnos latinos o negros. Pero la magnitud del problema apenas comienza a vislumbrarse.
Andrea Hernández estudió la tabla de multiplicar casi a diario durante el verano entre cuarto y quinto grado. Sentada en la mesa de la cocina de la casa de su familia en Dallas mientras su madre preparaba la cena, ella repetía su tarea una y otra vez en su cuaderno amarillo. Cuando comenzó a asistir a una nueva escuela en el otoño de 2012, pasó fácilmente los exámenes de matemáticas a contrarreloj. De ahí hasta la irrupción del coronavirus, cuando estudiaba pre-cálculo a los 16 años, Hernández brillaba en el aula.
Entonces, al igual que millones de estudiantes en todo el país, Hernández se vio obligada a estudiar en línea. Durante el resto del tercer año y la mayor parte del cuarto año, estudió en una computadora portátil en la sala de su casa, mientras su hermana menor tomaba clases por Zoom en la habitación que compartían al final del pasillo.
Sintió que perdía las fuerzas para ser una estudiante. No era sólo que los estándares de la enseñanza en línea fueran inferiores que los de en persona, “es que simplemente no existían”, dijo.
Hernández, cuyos estudios principales eran las matemáticas, reprobó por un pequeño margen el examen que la habría colocado en la clase de cálculo del primer curso de la Universidad de Texas en Austin en el otoño. Repitió la clase de pre-cálculo y la pasó con una A. Ahora, pasa cuatro días a la semana en una clase excepcionalmente pequeña tipo seminario con otros 31 estudiantes aspirantes a matemáticos e ingenieros.
“Me gustaría poder decir que hasta ahora me va bien, aunque hay algunas cosas que cuando las miro me pregunto, ‘¿dónde están las matemáticas? Lo único que veo son letras, no entiendo nada”, dijo Hernández. “Entonces me siento… un poco perdida”.
Más de 20 de sus compañeros tomaron la clase más grande tipo conferencia el otoño anterior y la reprobaron.
Muchos estudiantes cuyos últimos años de secundaria fueron interrumpidos por la pandemia tienen dificultades académicas en los cursos universitarios que necesitan pasar para avanzar en sus carreras académicas y profesionales. Profesores y estudiantes creen que la enseñanza a distancia que tuvieron que cursar durante la pandemia no fue tan buena como la que habrían recibido en persona. Los estudiantes a menudo también estuvieron distraídos mientras trataban de aprender, porque batallaban con factores estresantes de salud, financieros y familiares.
Ahora, después de dos años de aprendizaje pandémico a toda prisa, muchos estudiantes universitarios no solamente están menos preparados de lo que deberían estar, sino que también han olvidado cómo ser alumnos.
Y es probable que en el futuro haya aún más graduados de secundaria sin la preparación adecuada, lo que presiona de sobremanera al profesorado, los consejeros y los asesores.
Al maestro de matemáticas de Hernández, Uri Treisman, se le conoce nacionalmente por sus técnicas y filosofías para la enseñanza del cálculo. Él dijo que el semestre del primer año de cálculo en el otoño de 2021 fue el más difícil que había tenido en sus 50 años de carrera.
Sus alumnos estaban cometiendo errores básicos en álgebra y trigonometría. A pesar de que Treisman hizo todo lo que pudo para ayudar a sus alumnos a recuperarse, alrededor del 25% de sus alumnos reprobaron en el otoño, comparados con el 5% que no pasa en un año normal.
En lugar de emails de alumnos solicitando cartas de recomendación, el buzón de Treisman estaba invadido de emails de estudiantes ansiosos por repetir su clase, disculpándose por su pobre desempeño y por no estar preparados.
“Fue realmente difícil para nosotros emocionalmente, porque sabemos lo que está en juego para los estudiantes”, dijo Treisman, refiriéndose también a su profesora asociada, Erica Winterer. “Su fracaso es nuestro fracaso”.
Un desafío en toda la enseñanza preuniversitaria
Desde el alumno más pequeño del jardín de niños hasta los alumnos de cuarto año de secundaria listos para ingresar a la universidad, casi todos los estudiantes vieron su educación interrumpida a partir de marzo de 2020. Como resultado, todavía no se conoce el alcance de la falta de preparación para la universidad.
Aun así, los educadores y expertos se preocupan de que los estudiantes de comunidades históricamente marginadas —a menudo alumnos de bajos ingresos, latinos y negros— podrían enfrentar una desventaja aún mayor debido a la interrupción que causó la pandemia.
Las consecuencias económicas de la pandemia afectan con mayor fuerza a los estadounidenses de escasos recursos, latinos y negros, así como a la gente sin títulos universitarios, de manera que los estudiantes provenientes de familias que están en estos grupos son más propensos a haber asistido a la universidad tras haber enfrentado mayores desafíos que sus pares en los últimos dos años.
“Aquí y en el resto del mundo los ricos se preocupan y están nerviosos por el futuro de sus hijos, y están invirtiendo de manera significativa para asegurar que tengan una ventaja”, afirmó Treisman. “Así que ese nerviosismo significa que aquellos interesados en la igualdad tienen que trabajar mucho más”.
Incluso en un año normal no todos los estudiantes vienen con el mismo nivel de preparación o de conocimiento básico, explicó Treisman. Pero debido a la pandemia, sus estudiantes enfrentan un estrés adicional.
Hernández, por ejemplo, estaba en una clase de matemáticas de 12° grado por Zoom en la sala de su casa cuando su padre regresó del trabajo algunas horas antes que de costumbre, visiblemente perturbado. Ella lo siguió hacia su habitación donde él le contó que su abuelo, quien vivía en San Luis Potosí, México, había muerto de COVID-19.
Hernández se levantó tan rápidamente de su improvisado escritorio que no tuvo tiempo de apagar su cámara ni se había quitado los audífonos. Cuando supo de la muerte de su abuelito, todavía estaba escuchando su clase de matemáticas.
A estudiantes como Hernández le resultaba difícil concentrarse en las clases mientras sus seres queridos enfrentaban enfermedades mortales, problemas financieros, incertidumbre sobre el cuidado de sus hijos, o la inestabilidad general causada por la pandemia. A menudo, el enfoque de la escuela era más el sobrevivir que el sobresalir.
Otros estudiantes enfrentaban obstáculos relacionados con el acceso. Antes de la pandemia, Halil Hamscho, que había estudiado el curso de introducción al cálculo de Treisman el otoño anterior, viajaba todos los días desde la casa de sus padres en Matamoros, México, a su escuela en Brownsville, Texas. En marzo de 2020, su hermano gemelo se convirtió en su único compañero.
Hacían la tarea en una mesa portátil que habían comprado en Walmart, compartiendo una computadora portátil al final de su tercer año de secundaria y durante todo el cuarto año. Si uno estaba usando la computadora, el otro tenía que incorporarse a su clase desde su teléfono, lo cual dificultaba ver a sus compañeros de clase o cualquier cosa que el maestro estuviera mostrando en la pantalla. A veces, su madre traía a la casa su computadora del trabajo para que ambos pudieran estudiar.
Hamscho se graduó de secundaria con las mejores calificaciones de su clase, aunque aseguró que la educación que recibió durante la pandemia había sido “menos buena”. Sus calificaciones no revelaron su falta de comprensión, pero sintió como que estaba “reciclando la información”, especialmente en matemáticas. Sacó una A en su curso de cálculo avanzado, pero sacó sólo 2 en el examen de colocación, por lo que tuvo que repetir el curso en la universidad.
A pesar de ser un aspirante a ingeniero mecánico, Hamscho reprobó su primer examen de cálculo en la universidad, antes de formar su propio grupo de estudio. Finalmente, sacó una A en la clase de Treisman.
En un año típico, del 2% al 4% de los alumnos que cursan la clase de genética de la profesora Kristin Patterson en la Universidad de Texas en Austin no logran aprobar. Este último otoño, alrededor del 20% de los alumnos reprobaron. Ella notó de inmediato que tenían dificultades, y sus temores se confirmaron en la tercera semana del semestre cuando calificó el primer examen. Aseguró que el resto de los alumnos estaban tan preparados y aplicados como en años anteriores.
Patterson, profesora titular de instrucción, dijo que la universidad aún no alcanza a comprender plenamente cómo ha afectado la pandemia la preparación de los alumnos, pero algunas tendencias han ido surgiendo.
Por la premura de la pandemia, la mayoría de los educadores alrededor del país fueron sorprendidos y trataban de convertir de la noche a la mañana su curriculum de enseñanza en persona en algo que funcionara en línea.
Y muchos educadores, tanto en la secundaria como en la universidad, tuvieron dificultad para evaluar adecuadamente el progreso de sus alumnos.
Patterson sospecha que es más difícil evaluar el nivel de comprensión de sus alumnos sobre la materia que imparte mediante exámenes y pruebas a distancia, donde los estudiantes pueden consultar más fuentes y recursos. Añadió que sin indicadores confiables del progreso del alumno, le preocupa que los profesores “simplemente asuman que existe un dominio donde puede que no exista”.
Y durante este año académico, dijo Patterson, la Universidad de Texas adoptó una política que le permite a los estudiantes designar hasta tres de sus cursos con una calificación de aprobado o en suspenso, en lugar de calificaciones con letras. La política anterior a la pandemia no permitía que los alumnos se beneficiaran con grados de aprobado o en suspenso hasta que hubieran completado por lo menos 30 créditos, lo cual excluye a los alumnos de primer año. La medida de emergencia permitió a los alumnos “pasar” esas clases con un grado tan bajo como D–, lo que permite a estudiantes con esa baja calificación en un curso de pre-requisito pasar al siguiente sin haber adquirido necesariamente un dominio sobre la materia.
“Al parecer se necesitaba un cambio de política y expectativa frente a una situación de emergencia”, dijo Patterson. “Y el resultado de esa situación de emergencia ha sido que alumnos que normalmente no habrían pasado, han aprobado y avanzado al próximo nivel”.
Problemas para adaptarse a la vida universitaria
Más allá del trabajo en clase, Patterson notó que sus alumnos tenían también dificultades para ajustarse a la vida del campus universitario.
Algunos estudiantes no entendían la diferencia entre sus clases principales y una discusión de un pequeño grupo fijada para otra hora y lugar, probablemente porque su primer año en la Universidad de Texas fue tan anormal. Tras dos años de un ambiente de enseñanza alterado, ahora tienen que volver a aprender a interactuar en un aula física, a socializar, y a manejar las expectativas de ser al mismo tiempo estudiantes universitarios.
Ed Venit, gerente del grupo de investigaciones EAB sobre la educación, experto en retención y éxito estudiantil, afirmó que la disrupción masiva del sistema de educación contribuye a lo que él llama “enseñanza preuniversitaria incompleta desde el kínder hasta la secundaria”. Eso significa que la esencia de lo que constituye un “punto de referencia normal” ha cambiado y las universidades tendrán que hacer ajustes.
Es improbable que los alumnos que ahora están en primer año sean los únicos con dificultades, explicó Venit. Predijo que los estudiantes que saldrán de la secundaria en los próximos años necesitarán un nivel de apoyo académico sin precedentes. En la educación superior, el impacto total de la pandemia en las condiciones de aprendizaje desde el jardín de niños hasta la secundaria no se ha sentido aún.
En la Universidad de Maryland del condado de Baltimore, el número de estudiantes con grados de D y F (reprobatorio) o que ha abandonado un curso ha aumentado, y las calificaciones en los exámenes han disminuido. De ahí que los administradores han añadido más secciones en el curso general de preparación universitaria para ayudar a los estudiantes a desarrollar su destreza en la administración del tiempo y en su habilidad para estudiar.
La universidad es conocida por su Programa Académico Meyerhoff, diseñado para preparar a estudiantes de comunidades subrepresentadas en carreras de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés). Brad Peercy, profesor y director del programa de subgraduados en el departamento de matemáticas y estadísticas, dijo que a él le preocupa que la pandemia podría obligar a más estudiantes de minorías y de familias de escasos recursos a abandonar sus estudios en esas carreras. “Definitivamente ese es el riesgo”, advirtió.
En la Universidad Estatal de Kansas, donde estudiantes de primer año muestran brechas de contenido y de proceso, los monitorean a partir de mediados de semestre mediante un sistema de alerta que se basa en bajos grados y tareas faltantes, y los redirigen hacia recursos adicionales. En el Colegio Universitario John Jay de Justicia Penal de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, a los estudiantes con un grado GPA por debajo de 2.0 los invitan a incorporarse a grupos de apoyo dirigidos por becarios de trabajo social.
Steve Dandaneau, presidente de la Asociación de Educación de Pregrado en las Universidades de Investigación, dijo que los educadores en todo el país están preocupados por la experiencia de los estudiantes en los últimos dos años. Ya han comenzado a ver que los estudiantes de primer año están llegando con un aprendizaje acumulado significativamente menor, aun cuando la cantidad de bajas calificaciones no ha tenido un aumento drástico, explicó Dandaneau.
«Más allá de un indicador tan débil como si los estudiantes obtuvieron A, B o C en el curso para dominar realmente, dominar realmente la materia”, en cualquier campo, “entonces veríamos una imagen menos optimista”.
A pesar de que él piensa que la disrupción y la consiguiente falta de preparación puede enfrentarse con los recursos adecuados y el apoyo a los estudiantes, estos son factores que los empleadores, las instituciones de estudios superiores y otras organizaciones tendrán que considerar según avance la generación de estudiantes de la pandemia por el mundo.
Treisman, habiendo visto las dificultades de sus alumnos en el otoño, está tratando de encontrar la manera de ayudarlos a recuperarse.
“Bajar el nivel es una tentación muy fuerte”, afirmó Treisman. “El gran riesgo, desde la perspectiva del maestro, es darles una buena calificación, aunque no estén preparados para el próximo paso”.
Él no sólo los está preparando para el próximo curso de cálculo, sino que también tiene que instruirlos retroactivamente en los conocimientos que debían tener antes de llegar a la universidad, agregó.
Después del primer examen que aplicó en el semestre de otoño, la profesora asociada de Treisman, Winterer, le envió correos electrónicos a todos los estudiantes que reprobaron, pidiéndoles que se reunieran con ella. Les ayudó a desarrollar un plan para ayudarlos a ponerse al corriente, ofreciéndoles grupos de estudio estructurados, una intervención que les ha funcionado a los estudiantes de Treisman y Winterer en el pasado.
Este semestre, a pesar de estar enseñándoles a un grupo formado casi por completo por alumnos que reprobaron el curso en el otoño, Treisman dijo que ellos nunca les recuerdan eso.
“No les menciono que suspendieron. No reduzco la calidad”, dijo. “Tengo que recordarles —tal vez tengo que recordarles con un poco más de energía— que ellos van a ser líderes. Que ellos mismos van a encontrar la manera de superar esto”.
Durante los primeros 15 minutos de clase, Treisman no menciona las ecuaciones o fórmulas que los alumnos tienen que dominar. Lo que hace es introducir a los matemáticos y científicos del pasado y del presente, y les habla de los diferentes caminos que conducen a una carrera profesional. Es una estrategia que le ayuda a restituir su identidad académica, aseguró.
Los estudiantes que reprueban cursos también enfrentan otros obstáculos. Si sus grados GPA se reducen, corren el riesgo de perder su ayuda financiera, lo cual puede imposibilitarles continuar su educación universitaria. Si siguen sin estar listos académicamente, la preocupación de Treisman es que se van a sentir como que no tienen el control sobre sus profesiones ni sus vidas. Entonces pueden escoger una carrera por las razones equivocadas.
“Lo que está en juego es el control sobre sus vidas y sus futuros”, añadió.
Si sus estudiantes no tienen éxito, a Treisman le preocupa que sus escuelas secundarias y sus comunidades estén menos inclinadas a enviar otros estudiantes a universidades como la Universidad de Texas, privándolos de ese modo de oportunidades que podrían transformar sus vidas.
Si como sociedad no podemos ayudar a los alumnos a recuperarse, dijo Venit, el investigador sobre la educación, a él le preocupa el impacto que eso puede tener a gran escala sobre la economía y los que serán los más afectados.
Los estudiantes cuyas familias estaban financieramente estables antes de la pandemia podrán recuperarse de esta situación, mientras que los demás tendrán muchas más dificultades, dijo Venit. Muchos de estos últimos serán estudiantes latinos y negros, de partes rurales o que son los primeros en sus familias en asistir a la universidad.
“Si esas personas no tienen la oportunidad de progresar económicamente, entonces tendremos una situación en que los ricos se volverán más ricos y los pobres más pobres”, lamentó Venit. “Esto revertirá la tendencia que nos hemos esforzado por lograr a través de la educación superior durante los últimos 20 años”.
Para Hernández que se encuentra al final de su segundo semestre en la Universidad de Texas en Austin, la meta es clara: aprobar cálculo, terminar los estudios universitarios y convertirse en una maestra de matemáticas de escuela secundaria.
Para lograrlo, debe redescubrir a la niña que hace casi 10 años era la primera en entregar sus exámenes de multiplicación contra reloj.
Fuente: Olivia Sánchez/ Caroline Preston/ The Hechinger Report/ telemundo.com