“Los sistemas educativos de todo el mundo sufrirán grandes modificaciones de aquí a 2030, propiciados por la revolución tecnológica. En los próximos quince años, internet va a convertir los colegios en ‘entornos interactivos’ que pondrán patas arriba las formas tradicionales de aprendizaje y cambiarán la manera de ser de docentes, padres y estudiantes”.
Esta es una de las conclusiones de un grupo de 645 expertos internacionales entrevistados para una encuesta que define cómo será la escuela en la próxima década. El informe ha sido realizado por la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (Wise, por su sigla en inglés).
Semanas atrás, más de dos mil educadores, tomadores de decisiones y expertos de más de cien países se reunieron en Doha en torno al tema ‘Desaprender, volver a aprender. Qué significa ser humano’. Los puntos de discusión muestran que la educación en muchas sociedades va mucho más allá del simple cumplimiento de metas de cobertura y puntajes de pruebas internacionales: ¿deberían los colegios enseñar a los estudiantes cómo ser felices? ¿La inteligencia artificial hará obsoletos a los profesores? ¿Pueden los últimos descubrimientos en neurociencia hacer que nuestros hijos sean más inteligentes? ¿Se preocupan los estudiantes de lo que están aprendiendo? ¿Deberían las escuelas deshacerse de los sistemas de calificación? ¿Deberían los estudiantes comprometer un porcentaje de su futuro salario para financiar su educación superior?
En Colombia seguimos muy pegados a una visión operativa de la prestación de los servicios educativos, como si con la mera eficiencia del sistema y la leve mejora en los resultados académicos fuera suficiente para el progreso del país. Por eso todavía no llegamos a preguntas de fondo como las que se discutieron en la capital de Catar.
Sin abordar estos interrogantes, podría decirse que dentro de diez años nuestra educación será muy parecida a la actual, que a su vez resulta similar a la de 1990, como podría corroborarse si se lee el informe de Unesco de 1992 sobre el estado de la educación en América Latina en la década de los ochenta.
Las predicciones de los expertos para 2030 señalan que:
1. Las clases magistrales desaparecerán y el profesor tendrá como principal misión guiar al alumno a través de su propio proceso de aprendizaje.
2. El currículo estará personalizado a la medida de las necesidades de cada estudiante y se valorarán las habilidades personales y prácticas más que los contenidos académicos.
3. Internet será la principal fuente del saber, incluso más que la mayoría de las instituciones educativas de educación básica.
las escuelas se convertirán en redes
El informe final de la cumbre –en el que participaron, entre otros, el lingüista Noam Chomsky, la ex primera ministra australiana Julia Gillard o el profesor Sugata Mitra– señala que “las escuelas se convertirán en redes” donde los alumnos interactuarán entre ellos y con el profesor de forma que se produzca un “aprendizaje colaborativo”.
Los estudiantes han cambiado mucho en la última década, dada la facilidad de acceso a innumerables fuentes de conocimiento. En los próximos años, estos cambios serán aún más veloces, pues las tecnologías de la información y los dispositivos móviles han ido rompiendo las barreras de idiomas, temáticas y formatos. Hace diez años no era sencillo acceder desde cualquier lugar a videos, fotografías, documentos o consulta de bibliotecas y bases de datos desde un teléfono inteligente. Tampoco era fácil compartir información con miles de personas siempre presentes en las redes sociales.
El 83 por ciento de los expertos consultados por Wise creen que el currículo tendrá más contenidos personalizados a la medida de cada alumno. Esto generará consecuencias en la relación jerárquica con el profesor, pues se desdibuja la línea que separa a quienes enseñan de quienes aprenden. Al cambiar el rol de los maestros se hará necesario cambiar su formación.
La actual parece cada vez más obsoleta y esto tiene implicaciones negativas para su identidad profesional. Habrá que virar hacia un maestro culto, capaz de identificar talentos y sembrar entusiasmo por aprender, antes que un especialista en transmitir contenidos disciplinares.
Expertos españoles coinciden en que la frontera entre el colegio y el hogar se desdibujará y el aprendizaje no se restringirá a unas horas y a unos lugares concretos, por lo cual los horarios tendrán que flexibilizarse.
Uno de ellos dice: “Veo más cursos ‘online’, y a deshoras. Veremos escuelas que den clases en verano y los fines de semana”. En relación con las tareas, otro experto señala que más que deberes hay que suscitar en los alumnos la necesidad de seguir buscando documentación, informarse, compartir conocimientos y despertarles el gusto por la investigación.
Las clases magistrales desaparecerán, y el profesor tendrá como misión guiar al alumno a través de su propio proceso de aprendizaje, con un currículo personalizado a la medida de cada estudiante
Educación superior
Las universidades también están siendo acosadas por cambios sociales que parecieran no tocar sus estructuras centenarias. Es paradójico que los claustros en los cuales se han adelantado las investigaciones en neurociencia, teorías de la información, biotecnología y teoría de la complejidad, sigan aferradas a una segmentación disciplinar que riñe con las prácticas sociales de los principales campos de innovación científica y tecnológica.
Muchas fronteras profesionales se han diluido. Ya no resulta tan claro dónde termina la arquitectura y comienza la ingeniería, o cómo se resuelve el dilema entre la eficiencia de una máquina, su diseño estético y el programa de mercadeo. En estos casos, las empresas prefieren formar a sus trabajadores.
De manera más rápida que en la educación básica, los estudiantes han cambiado sus hábitos de trabajo, pero también se ha modificado en ellos y en sus familias el repertorio de aspiraciones y expectativas con respecto a la educación superior.
Tendrán que abrirse caminos diferentes para contemplar modelos de certificación de conocimientos que pueden adquirirse de maneras diferentes al acceso regular y por horario de las universidades.
Los currículos deben flexibilizarse cada vez más: muchos de los modelos actuales responden a concepciones que han perdido vigencia tanto por la irrupción de la tecnología de la información como por los cambios dramáticos en el mundo del trabajo. En Colombia se ha ido agotando la población dispuesta a pagar altos costos e invertir mucho tiempo en la formación, cuando es posible desempeñarse laboralmente en campos que no requieren títulos universitarios.
Para no desaparecer, muchas universidades privadas tendrán que combinar modalidades presenciales y virtuales, así como programas de formación para el trabajo, métodos basados en desarrollo de proyectos, oferta de créditos no conducentes a titulación y estrategias de certificación de conocimientos y habilidades adquiridas fuera de la formalidad. Esto supone que el Estado enfoque los procesos de aseguramiento de la calidad con una visión más innovadora y menos restrictiva, pues con las normas actuales lo único que se garantiza es que no haya ningún cambio importante en los años cercanos.
¿Será nuestro futuro?
Muchos países ya están haciendo lo que los futurólogos anuncian para 2030. Un boletín de la BBC publicado en 2015 dice: “Finlandia, conocida por contar con uno de los mejores sistemas educativos del mundo, prepara un cambio radical con el que espera mejorar la calidad de sus escuelas: la abolición de las distintas materias. Y es que, a partir de 2016, todos los centros de enseñanza del país nórdico empezarán a aplicar un método nuevo conocido como ‘phenomenon learning’.
Bajo este sistema, las clases tradicionales serán desplazadas por proyectos temáticos en los que los alumnos se apropiarán del proceso de aprendizaje. Ahora, en lugar de adquirir conocimientos aislados sobre diferentes materias, el papel de los estudiantes es activo. Ellos participan en el proceso de planificación, son investigadores y también evalúan el proceso –explica Marjo Kyllonen, gerente de educación de Helsinki–. La razón es que la forma tradicional de educación no está preparando a los niños para el futuro”.
Es claro que no se trata del trámite de una ley, sino de años de discusión seria sobre un proyecto de sociedad, abordado con dedicación y continuidad por los gobiernos con el conjunto de la sociedad. Por eso son ingenuos quienes piensan que es posible trasladar el modelo con unas cuantas fórmulas. Este ejemplo, sin embargo, nos ayuda a ver que lo que otros ya hacen todavía es ciencia ficción para nosotros, y no dejará de serlo si no se plantean las preguntas correctas desde el gobierno, las asociaciones de maestros, los gremios económicos y todas las instituciones del Estado.
En el mundo del trabajo
Hoy ya se habla de sistemas ciberfísicos, que combinan maquinaria con procesos digitales y son capaces de tomar decisiones descentralizadas y de cooperar –entre ellos y con los humanos– mediante el internet de las cosas. Esto permitirá ver pronto fábricas y ciudades inteligentes, capaces de autoprogramarse y tomar decisiones. Estas transformaciones están modificando el mundo del trabajo, como lo hicieron los computadores hace veinticinco años: muchos empleos desaparecieron y otros que no existían tuvieron que ser inventados, primero en la práctica y mucho después en las universidades.
Pero la automatización y la inteligencia artificial son apenas un par de piezas de un enorme rompecabezas que incluye nanotecnologías, neurociencias, almacenamiento de energía, robótica, ingeniería genética y biotecnología. Lo que importa es que semejantes progresos solo beneficiarán a quienes sean capaces de innovar y adaptarse. Debemos preguntarnos si nuestros sistemas educativos están preparándose para estos desafíos, o si continuamos haciendo ajustes pequeños, equivalentes a los que se realizaron en la década de los ochenta mientras el mundo desarrollado andaba conquistando el espacio.
Fuente: Eltiempo.com